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El tsunami de Japón de 2011: los sobrevivientes cuentan sus historias

El tsunami de Japón de 2011: los sobrevivientes cuentan sus historias

El tsunami de Japón de 2011: los sobrevivientes cuentan sus historias

Entérese de primera mano de lo que tuvieron que afrontar los sobrevivientes del terremoto y el tsunami de Japón.

EL VIERNES 11 de marzo de 2011, a las 2.46 de la tarde, ocurrió en Japón el cuarto mayor terremoto que se haya registrado en el mundo. La violenta sacudida desencadenó un tsunami gigante, así como poderosas réplicas que mantuvieron aterrada a la población de la zona por semanas. Aunque unas 20.000 personas murieron o están desaparecidas, miles lograron sobrevivir. Estas son algunas de sus historias.

Tadayuki y su esposa, Harumi, se encontraban en casa, en la ciudad de Ishinomaki (prefectura de Miyagi), cuando escucharon un estruendo y todo empezó a sacudirse sin control. “Salimos disparados y nos quedamos fríos al ver enormes fisuras en el suelo”, recuerda Tadayuki. “La casa se tambaleaba violentamente. Salía polvo y más polvo de las paredes; parecía humo.”

El sismo tuvo su epicentro a 129 kilómetros (80 millas) de la costa de Miyagi, y el tsunami dejó devastada una franja de 670 kilómetros (420 millas) a lo largo de la costa pacífica de Japón. En algunos sitios, las olas alcanzaron 15 metros (45 pies) de altura. Barrieron a su paso con rompeolas y diques, y penetraron 40 kilómetros (25 millas) tierra adentro.

Los sistemas de electricidad, gas y agua potable quedaron completamente destruidos. Unas 160.000 casas, fábricas y tiendas sufrieron daños o fueron arrasadas. Llegó a haber hasta 440.000 damnificados viviendo en 2.500 refugios temporales, como escuelas y centros comunales, y muchos otros fueron acogidos por familiares y amigos. Hubo decenas de miles de muertos y heridos, y aún quedan por localizar miles de cuerpos.

Pérdida y dolor

El tsunami provocó muchísimas más muertes que el terremoto. Yoichi, de Rikuzentakata (prefectura de Iwate), se imaginó enseguida que al temblor lo seguiría un tsunami, de modo que llevó a sus padres a un refugio cercano y fue a auxiliar a sus vecinos. Como no dejaba de preocuparse por sus padres, decidió regresar a verlos con su esposa, Tatsuko; pero en ese momento se enteraron de que la ola venía en camino.

Se dirigieron a toda prisa a otro refugio, pero al llegar encontraron la entrada bloqueada por escombros. Entonces, vieron venir el enorme edificio negro del aserradero arrastrado a toda velocidad por el agua. “¡Corre!”, gritó Tatsuko.

Lograron llegar a una escuela ubicada en terreno elevado y desde allí contemplaron al tsunami engullir el entero vecindario. Oyeron a alguien gritar: “¡Mi casa! ¡Se la está llevando el agua!”. Casi tres cuartas partes de la ciudad quedaron en ruinas. En cuanto a los padres de Yoichi, la corriente los barrió; el cuerpo de la madre fue encontrado, pero el del padre no.

Toru estaba trabajando en una fábrica no lejos de la costa de Ishinomaki cuando ocurrió el temblor. En cuanto se detuvo la sacudida inicial, corrió a su auto para tratar de huir y les gritó a los demás que hicieran lo mismo, pues supuso que venía en camino un tsunami.

“Me dirigí a casa, que está en una zona alta —comenta Toru⁠—, pero quedé atrapado en el tráfico. Oí en la radio que el tsunami ya había llegado a una ciudad vecina, así que abrí la ventanilla para poder escapar del auto en caso de ser necesario. De pronto, vi venir a toda velocidad una pared de agua negra de más de dos metros (seis pies) de altura. Los autos que estaban delante se me vinieron encima y la ola nos arrastró a todos tierra adentro.

”A duras penas salí por la ventanilla, pero me llevó la corriente de agua grasienta y maloliente. Fui a dar a un taller mecánico, donde alcancé a sujetarme de unas escaleras. Subí al segundo piso y con gran esfuerzo pude rescatar a tres personas. Los pocos que sobrevivimos a la inundación, a la helada noche y a la nieve no logramos salvar a otros que nos pedían auxilio.”

Cinco días antes del terremoto, Midori, de la ciudad de Kamaishi (en Iwate), había pasado un rato muy agradable en casa de sus abuelos. Acababa de graduarse de la escuela intermedia y quería mostrarle su diploma al abuelo, que llevaba tiempo incapacitado. Él lo leyó y felicitó a su nieta.

Cuando ocurrió el sismo, Midori y su madre, Yuko, les dijeron a los abuelos que seguramente habría un tsunami y que tenían que buscar refugio, a lo que el abuelo contestó: “No, no voy a irme. Nunca ha llegado un tsunami tan adentro”. De todos modos, trataron de sacarlo pero no pudieron levantarlo, así que fueron por ayuda. Lamentablemente, el tsunami ya había tocado tierra y estaba barriendo una casa tras otra. Desde una colina, un hombre las llamó: “¡Rápido, suban acá!”. Midori gritó desesperada: “¡Abuelo! ¡Abuela!”, pero sus gritos se perdieron en el aire. Días después encontraron el cuerpo de su abuelo, pero el de su abuela nunca apareció.

Llega la ayuda

El gobierno japonés despachó enseguida brigadas de bomberos y policías, así como miembros de las Fuerzas de Autodefensa. No tardaron en arribar más de ciento treinta mil efectivos de todo el país para participar en las labores de rescate y asistencia. Después llegó la ayuda de gobiernos extranjeros y organismos internacionales. Pronto había en la zona decenas de equipos de rescate y personal médico volcados en rastrear sobrevivientes, tratar a los heridos y remover escombros.

Varias organizaciones comenzaron a atender las necesidades de sus miembros, entre ellas la de los testigos de Jehová. El viernes por la tarde, momentos después de la catástrofe, los Testigos ya estaban buscando a sus hermanos en la fe para ver en qué condición se hallaban. El problema era que en muchos lugares los caminos habían quedado intransitables y no había servicio eléctrico ni teléfonos. Además, la zona siniestrada era enorme, lo cual hizo muy difícil localizarlos a todos.

Takayuki, anciano de la congregación de Soma (prefectura de Fukushima), solo encontró a unas cuantas familias aquella espantosa tarde. “Decidí continuar al día siguiente —relata él⁠—. Tan pronto amaneció, reanudé la búsqueda en auto y luego a pie; no paré hasta el anochecer. Fui a veinte sitios, incluidos varios refugios, para tratar de encontrar a más miembros de la congregación. Cuando los hallaba, les leía de la Biblia y oraba con ellos.”

Shunji explica lo que se hizo en Ishinomaki: “Nos dividimos en equipos para buscar a nuestros hermanos. Cuando llegamos a la zona del desastre, nos quedamos sin palabras. Había automóviles colgando de los postes de luz, casas apiladas unas encima de las otras y montones de escombros más altos que las casas. Vimos una persona muerta sobre el techo de un auto; al parecer no resistió el frío nocturno. Vimos otro auto colgando boca abajo entre los techos de dos casas; tenía un cadáver dentro”.

Shunji sintió un gran alivio al encontrar a varios hermanos en los refugios. “Cuando los vi —dijo⁠—, me di cuenta de lo mucho que los quiero.”

“Sabíamos que vendrían, ¡pero no tan rápido!”

Dos jóvenes Testigos llamadas Yui y Mizuki, del pueblo de Minamisanriku (prefectura de Miyagi), eran vecinas. Cuando pasó el terremoto, salieron corriendo de sus casas, se encontraron en la calle y huyeron a un lugar alto. Menos de diez minutos después, observaron cómo desaparecían sus casas y el pueblo entero arrastrados por una sucesión de olas.

Yui y Mizuki encontraron unas amigas Testigos en un refugio y oraron con ellas. A la mañana siguiente, unos hermanos de su congregación y de congregaciones vecinas cruzaron una montaña para llevarles comida y provisiones. Yui y Mizuki exclamaron: “Sabíamos que vendrían, ¡pero no tan rápido!”.

Hideharu, anciano de la congregación de Tome que visitó ese refugio, relata: “Pasé la noche tratando de localizar a los hermanos de la costa. A las cuatro de la madrugada me informaron que había varios refugiados en una escuela, así que a las siete nos juntamos unos diez para preparar bolas de arroz, y tres de nosotros fuimos en auto a llevárselas. Los caminos estaban imposibles, pero después de mucho batallar, llegamos a la escuela. Incluso quienes habían perdido sus hogares nos ayudaron a consolar a los demás”.

Se cubren las necesidades espirituales

Semana tras semana, los testigos de Jehová se reúnen para estudiar juntos la Biblia. Muchos lo hacen los viernes por la noche, como los miembros de la congregación de Rikuzentakata; sin embargo, el Salón del Reino —su lugar de culto⁠— fue barrido por el tsunami. Aun así, uno de ellos sugirió: “Busquemos la manera de reunirnos”. Escogieron una casa no muy dañada y corrieron la voz.

Como no había electricidad, utilizaron un generador para tener luz. Hubo dieciséis presentes. “Lloramos de alegría”, recuerda Yasuyuki, un joven que perdió su apartamento debido al tsunami. “Fue el mejor refugio que hubiéramos podido pedir.” Hideko agregó: “Durante la reunión se sintieron fuertes réplicas, pero mientras estuvimos juntos olvidé mis temores y angustias”.

La congregación no ha dejado de celebrar ni una reunión desde entonces. El domingo, dos días después del desastre, se presentó el discurso “Una hermandad mundial rescatada de la calamidad”.

Se organizan las labores de socorro

De inmediato, diversas entidades del gobierno pusieron en marcha las labores de socorro, y eso mismo hizo la sucursal de los testigos de Jehová de Japón, ubicada en Ebina (cerca de Tokio). Un día después del terremoto, el sábado, ya se tenía dividida en tres sectores la vasta zona del desastre, y el lunes llegaron representantes de la sucursal.

Las labores de socorro prosiguieron durante las semanas y meses siguientes. Se repartieron toneladas y toneladas de suministros enviados por otros Testigos. En cierto momento llegó a haber tres centros de socorro y veintiún almacenes y centros de distribución. Durante los primeros dos meses, cientos de voluntarios entregaron más de doscientas cincuenta toneladas de comida, ropa y otros artículos básicos. Muchos Testigos han compartido sus provisiones con los vecinos.

Las congregaciones de Rikuzentakata y la vecina Ofunato están utilizando su recién reconstruido Salón del Reino para brindar consuelo espiritual a la gente y ayudarla a afrontar los retos que quedan por delante: reconstruir sus vidas y superar el devastador trauma causado por el terremoto y el tsunami. De los más de catorce mil Testigos que viven en la zona, doce fallecieron y dos siguen desaparecidos.

Una familia dijo: “Lo único que nos llevamos cada uno fue una bolsa. Sin embargo, nuestros hermanos en la fe han cubierto todas nuestras necesidades”. Y eso mismo comentan muchos otros Testigos que fueron víctimas de esta terrible tragedia. Qué bueno es saber que los siervos de Jehová, el único Dios verdadero, forman parte de la hermandad mundial que predijeron hace siglos Jesús y sus apóstoles. Y no hay tsunami ni desastre natural capaz de destruir este hermoso vínculo fraternal (Juan 13:34, 35; Hebreos 10:24, 25; 1 Pedro 5:9).

[Ilustración y recuadro de la página 18]

Y ENCIMA, UN DESASTRE NUCLEAR

La planta nuclear de Fukushima Daiichi acaparó titulares de la prensa internacional debido al daño que el tsunami ocasionó a sus reactores. Las emisiones radioactivas se esparcieron sobre Japón y otros países. Miles de personas fueron evacuadas debido al riesgo de que la radiación alcanzara niveles letales.

“Nosotros vivíamos cerca de la planta”, dice una joven llamada Megumi. “Un día después del terremoto se nos informó sobre el problema de la planta y recibimos instrucciones de evacuar.” Su hermana, Natsumi, recuerda: “Había muchos helicópteros sobrevolando, las sirenas no paraban de sonar y los altavoces repetían una y otra vez que abandonáramos la ciudad”. En las semanas siguientes, tuvieron que mudarse a nueve sitios. Posteriormente, a las dos se les permitió regresar a su hogar solo por dos horas para recoger algunas pertenencias.

Chikako, de más de sesenta años, vivía en el pueblo de Namie (Fukushima). “Después del terremoto —menciona⁠—, me dirigí a un refugio de las cercanías. Mis dos hijos y yo pasamos la noche en vela, pues había fuertes réplicas. A las siete de la mañana nos dijeron que teníamos que huir sin demora a un refugio de otra ciudad.

”Las carreteras estaban congestionadas, así que llegamos a eso de las tres de la tarde. Allí nos enteramos de la explosión en la planta nuclear. Como creíamos que pronto volveríamos a casa, no habíamos sacado nada.” Sus hijos y ella fueron de un lugar a otro hasta que encontraron un apartamento lejos de su pueblo.

[Reconocimiento]

Foto de DigitalGlobe a través de Getty Images

[Ilustración y recuadro de la página 20]

LECCIONES PARA TODOS

Yoichi, vecino de Rikuzentakata a quien mencionamos anteriormente, perdió casi todos sus bienes. “Puedo dar fe de que lo material no ofrece ninguna seguridad”, comenta. Los siervos de Dios de todas partes opinan lo mismo, sobre todo quienes han podido constatar en carne propia las palabras de Jesús, quien explicó que las posesiones son de muy poco valor comparadas con la bendición y el favor de Dios (Mateo 6:19, 20, 33, 34).

Otra lección que aprendemos es la importancia de prestar atención a las advertencias. Eso puede ser la diferencia entre la vida y la muerte, como lo demuestra el hecho de que muchos de los que huyeron sin titubear a zonas elevadas lograron sobrevivir.

[Ilustraciones y mapa de la página 16]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

JAPÓN

TOKIO

Kamaishi

Rikuzentakata

Ishinomaki

Minamisanriku

Soma

Planta nuclear de Fukushima

Ebina

Sucursal de los testigos de Jehová

[Ilustraciones]

Rikuzentakata (Iwate)

Soma (Fukushima)

Ishinomaki (Miyagi)

Kamaishi (Iwate)

Minamisanriku (Miyagi)

[Ilustración de la página 14]

Harumi y Tadayuki

[Ilustración de la página 15]

Yoichi y Tatsuko

[Ilustración de la página 17]

Yuko y Midori

[Ilustración de la página 17]

Toru

[Ilustración de la página 17]

El vehículo que iba conduciendo Toru

[Ilustración de la página 17]

Takayuki

[Ilustración de la página 18]

Shunji

[Ilustración de la página 19]

Mizuki y Yui

[Ilustración de la página 19]

Hideharu

[Ilustración de la página 19]

Equipos de socorro en acción

[Ilustración de la página 20]

Salón del Reino de Rikuzentakata después del tsunami

[Ilustración de la página 20]

Tres meses después

[Ilustración de la página 20]

Salón del Reino reconstruido

[Reconocimiento de la página 14]

JIJI PRESS/AFP/Getty Images